Su proliferación trajo consigo,
como contrapartida, un uso inadecuado en numerosas ocasiones en las que, además
de innecesarios, a la postre resultan contraproducentes. Debe tenerse en cuenta
que no curan el catarro, ni la gripe ni el resfriado producido por virus, pues
sólo son activos frente a infecciones bacterianas. Una vez recetados por el
médico cuando resulten indicados, es preciso completar el tratamiento hasta su
finalización, siguiendo la pauta marcada por el especialista, ya que en caso
contrario podrían generarse resistencias que harían inútiles posteriores tratamientos.
Con la administración de un
antibiótico se pretende destruir a las bacterias causantes de una infección,
las cuales se defienden del ataque mediante mecanismos que las hagan
resistentes al mismo. De esa manera, algunas serán destruidas, pero otras conseguirán
sobrevivir creando a su vez nuevas poblaciones a las que ese fármaco ya no
afectará; así se produce una resistencia bacteriana. Por un proceso natural de
selección, las nuevas bacterias dejan de ser sensibles al antibiótico usado,
apareciendo colonias resistentes más patógenas que las originales. Consiguientemente,
se hace necesario emplear un antibiótico diferente y más potente para lograr su
destrucción, pudiendo llegarse incluso a un escenario en que resultara factible
la inexistencia del adecuado para acabar con ellas, aumentando de ese modo las
posibilidades de contagio a la población general y de aparición de
complicaciones graves en el propio enfermo.
Los principales factores que –aislada
o conjuntamente- favorecen la aparición de resistencias son los siguientes:
● La automedicación: frecuentemente
el propio enfermo decide tomar por su cuenta el antibiótico que en su día le
había prescrito el especialista porque los síntomas actuales son parecidos a
los de entonces. Casi un 50% de los pacientes se automedica usando envases
sobrantes de tratamientos anteriores inadecuadamente conservados en el botiquín
casero.
● El incumplimiento terapéutico: se
produce no sólo con la suspensión total del consumo tras la desaparición de los
síntomas y mejora del estado general, sino también mediante una administración
irregular que ignore las dosis pautadas. Es preciso tener en cuenta que se debe
mantener una determinada concentración del fármaco en la sangre, lo cual sólo
se conseguirá respetando el horario y la dosificación establecidos por el
especialista.
● La prevalencia de enfermedades
infecciosas en determinadas áreas geográficas.
● El abuso en la prescripción de
antibióticos y su dispensación sin receta.
● El consumo de antibióticos en
veterinaria: los animales cuya carne o productos derivados consumimos también están
tratados. Si ese tratamiento se hace de manera indiscriminada e inadecuada, el
consumo posterior del producto animal provoca la transmisión del problema a los
humanos.
● La eliminación incontrolada al
ambiente de envases con restos de antibióticos o con ellos caducados que pasan
a la cadena trófica. Deben ser depositados en los puntos SIGRE de las farmacias.
Un consumo racional de
antibióticos debería seguir las siguientes pautas:
-Acudir al médico en caso de
enfermedad para que realice el diagnóstico correcto e indique el tratamiento a
seguir.
-Comprar antibióticos sólo con
receta y tras la recomendación del médico.
-No solicitarlos en la farmacia a
partir de recetas o envases anteriores.
-Seguir la pauta establecida por
el médico en cuanto a dosis y horario.
-Elegir el horario que mejor se
adapte a nuestras circunstancias para poder cumplirlo. Si es una única dosis
diaria, debe tomarse siempre a la misma hora.
-Continuar el tratamiento hasta
el final, aunque se perciba mejoría en el estado general de salud.
Es preciso insistir en la
importancia de llevar a cabo un consumo responsable, comenzando por la
educación sanitaria de los más pequeños para lograr un uso racional de los
medicamentos, y especialmente de los antibióticos.
Carmen Reija López
Farmacéutica Colegiada
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