¿Te
da miedo ir a la consulta? ¿Te sientes cómodo cuando vas al médico? Son
cuestiones que a muchos les angustian. El sufrimiento que les provoca les
induce a no acudir a las consultas o a impedir que sus familiares lo hagan, por
ejemplo. Esta situación tiene un nombre y debe ser analizada por un médico
aunque parezca incongruente.
La
iatrofobia (esa sensación de tener miedo a ir al médico de una forma irracional
o injustificada) se considera una fobia social que presentan los afectados por
el problema. Se manifiesta, de manera general, como una ansiedad enorme e
incontrolable ante algo que representa un mínimo peligro real. No se centra
únicamente en el médico, sino que también se dirige a todo lo que rodea el acto
médico (hospitales, agujas, enfermeros, etc.) y provoca un verdadero problema a
quien lo sufre (y a quienes le rodean).
La
fobia es una situación compleja que puede producirse en cualquier momento de la
vida y quien la sufre apenas puede hacer nada para evitar. Se manifiesta como
una ansiedad intensa que puede desembocar en ataques de pánico ante los
denominados “objetos fóbicos” que incluyen un amplio grupo de elementos (en
nuestro caso relacionados con el acto médico como agujas, enfermeros, médicos,
etc.). Puede presentarse a cualquier edad y depende, normalmente, del ambiente
en el que se vive, ya que puede transmitirse de padres a hijos. También la
personalidad influye en cómo se desenvuelve el paciente, porque hay personas
más resistentes a la ansiedad que otras que se sienten más afectados, llegando
a paralizarse.
No
podemos olvidar que, en muchos casos, el objeto que desencadena el problema
puede variar. Existen casos documentados de personas que temían volar y se recuperan
con una terapia adecuada. Al cabo de unos meses sienten terror ante las arañas,
de lo que también se “curan” y, al poco tiempo, focalizan la fobia en otro
elemento concreto que nada tiene que ver con los anteriores (o si). Deben ser
tratados en cada momento por el especialista.
La
iatrofobia puede tener varias causas o ninguna. Podríamos destacar, entre otras:
una experiencia negativa previa (por ejemplo cuando siendo niños acudían al
pediatra y “lo pasaban fatal”), un proceso de angustia generalizada no tratada
por no ser percibida como tal ni siquiera por el paciente o una experiencia
traumática anterior (una cirugía compleja, por ejemplo, de la que tienen
recuerdos deformados).
Los
síntomas son variados y no tienen que presentarse en todas las ocasiones en las
que se padece la fobia, aunque suelen coincidir. Los más frecuentes incluyen:
sudoración, taquicardias, ansiedad, inquietud, pánico, etc. Pueden considerarse
inespecíficos (ya que acompañan a otros procesos), por lo que el diagnóstico
resulta más complicado. Es importante analizar todas las posibilidades porque
pueden ser indicativos de otros procesos más complejos que deben ser tratados
por el especialista de manera urgente.
El
tratamiento suele ser psicológico y se utilizan, normalmente, dos técnicas
cognitivo-conductuales: de exposición gradual (en la que se incita al paciente
a acercarse al objeto fóbico lentamente, de manera progresiva y controlando lo
que le ocurre) y directa (en la que se expone al paciente directamente al
objeto fóbico y se observa la reacción minimizando los daños). A nivel
farmacológico también existen posibilidades, pero deben ser pautadas por el
médico y evitar la automedicación.
A
nivel preventivo y para evitar el miedo al médico, se recomienda que los padres
acudan a la consulta del pediatra de manera relajada y natural para evitar que
su estado nervioso afecte al niño. Si nos relajamos y le transmitimos
tranquilidad, evitaremos que desarrolle esta fobia y “disfrutaremos” de la
consulta.
Cualquier
fobia debe ser consultada al médico. En función de la situación y el diagnóstico,
nos derivará a otra consulta especializada o pautará una medicación concreta.
Es importante atajarla desde el inicio para evitar que se enquiste y provoque
alteraciones de mayor calado.
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