En general no consideramos al
alcohol como una droga peligrosa y no se le da importancia a su relación con la
administración de medicamentos, la conducción de vehículos y las capacidades
del conductor que se ven afectadas con ello. Esta actitud preocupa a los
profesionales sanitarios que intentan demostrarnos la necesidad de conducir con
todas nuestras capacidades al cien por cien y sin gota de alcohol en el
organismo, estés o no sometido a algún tratamiento farmacológico.
Beber alcohol, aunque sea en baja
proporción, causa una depresión del sistema nervioso, lo que provoca una
reducción de los reflejos y la atención del conductor. Las campañas organizadas
por el gobierno hacen hincapié en el control de alcoholemia como mecanismo para
reducir los accidentes de tráfico. Y los conductores se sorprenden cuando
realizan la prueba y, aunque dicen: “sólo he bebido una cerveza”, el resultado
es positivo, superan la tasa de alcohol permitida.Olvídate de todos esos “trucos” inútiles para “engañar” al aparato. Comer chicle de menta, tomar aceite antes de beber alcohol, comer pan con mantequilla, beber agua, etc. no impiden que el aparato detecte la cantidad de alcohol ingerida y, lo que es peor, la realidad es que has bebido y no estás en condiciones para conducir. Tú también lo sabes aunque el alcohol te haga sentir “que estás perfectamente y puedes hacerlo”.
A ello se une que los efectos de algunos medicamentos como los sedantes se prolongan durante muchas horas y se potencian peligrosamente con el consumo de alcohol. Se ha comprobado que la combinación de ambas sustancias genera una sensación muy relajante, que no es la más indicada para realizar actividades que requieren una atención completa como la conducción.
Los más perjudiciales y que son ampliamente utilizados (incluso sin receta médica) son: ansiolíticos, antidepresivos, antihistamínicos, hipnóticos, analgésicos opiáceos, colirios y pomadas oftálmicas. La utilización de los dos primeros ha aumentado en estos últimos años y las estadísticas señalan que uno de cada tres adultos está o ha estado tomándolos en los últimos seis meses.
Los principales efectos secundarios causados por estos fármacos son: sedación (que causa somnolencia y disminución del estado de alerta), alteraciones oculares que reducen la precisión al conducir (visión borrosa, trastornos de la acomodación, ojo seco, etc.), alteraciones auditivas (zumbidos, sensaciones extrañas, etc.), vértigos y temblores. Cualquiera de ellos afecta directamente a tu capacidad de concentración e impide una circulación segura para ti y los demás. No te arriesgues a conducir en esas condiciones, no merece la pena.
Comprueba si el medicamento que estás tomando tiene alguna consecuencia sobre tu capacidad para conducir o manejar máquinas peligrosas. Está indicado en el prospecto que acompaña al propio medicamento y en su embalaje externo en el que aparece un símbolo específico. Léelo.
Además, si consumes alcohol habitualmente e inicias un tratamiento farmacológico, debes consultar al médico o farmacéutico sobre la posible interacción entre ambos y evitar el consumo de alcohol si existe este problema. La reacción del organismo es más significativa los primeros días de tratamiento y se va reduciendo a medida que el tiempo pasa y el cuerpo se “adapta”. Un ejemplo claro son los antidepresivos y está demostrado que no se debería conducir al inicio del tratamiento, si hay que modificar la dosis ni en el momento en que se suspende.
El consumo de alcohol disminuye la capacidad de conducción ya que afecta a nuestra atención al volante, velocidad de reacción y reflejos, además de que potencia el efecto de algunos medicamentos de uso habitual. Es necesario comprobar si el medicamento que estás tomando puede tener consecuencias sobre tu capacidad de conducción. Consulta a tu médico y/o farmacéutico.
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