La alergia medicamentosa se refiere a una reacción inesperada producida tras la administración de un principio activo para tratar una patología concreta. Es debida a la respuesta inmunológica contra la propia molécula por parte del paciente. No suele producirse con la primera dosis, siendo necesaria una sensibilización previa para generar la respuesta inmune.
La frecuencia de aparición de estas alergias ha aumentado al incrementarse el número de moléculas farmacológicas utilizadas, así como la generalización de su consumo, si bien no hay datos epidemiológicos concretos del número de personas afectadas.
La reacción puede ser inmediata (en pocos minutos tras la toma) o tardía (incluso dos o tres días después de la administración), pues en cada caso se activan diferentes tipos de linfocitos generando una respuesta distinta.
Los síntomas son variados:
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En la inmediata se presentan problemas respiratorios,
gastrointestinales (náuseas y vómitos), cutáneos (angioedema y urticaria) e
incluso anafilaxia, urgencia sanitaria que debe ser tratada de inmediato, se
presenta súbitamente y cursa con enrojecimiento, picor, angioedema, rinorrea,
edema laríngeo, taquicardia, diarrea, dolor abdominal, vómitos, etc.
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En la tardía, la variedad y gravedad sintomatológica
aumenta. Lo más frecuente es la aparición de un exantema (enrojecimiento de la
piel con picor y sarpullido), que con la repetición de la dosis reaparece en la
misma zona y con mayor progreso (ampollas dolorosas). En casos más graves –y
raros-, las ampollas aparecen en piel y mucosas que hacen peligrar la vida del
paciente.
El diagnóstico se basa en la
historia clínica detallada en la que se anotarán los momentos y condiciones en
que aparecen las reacciones, análisis de sangre específico, pruebas cutáneas y
pruebas de provocación (administrar dosis crecientes del principio activo
sospechoso y controlar la respuesta del paciente).
Los fármacos que suelen provocar alergias son -en orden decreciente de aparición- los antibióticos, fundamentalmente penicilina y derivados (amoxicilina); los analgésicos (metamizol, principio activo del Nolotil); anestésicos y anticonvulsivantes.
Debe quedar claro que no es lo mismo reacciones adversas a medicamentos que alergia a ellos. Las primeras están previstas y no suelen poner en peligro la vida del paciente (por ejemplo, problemas gastrointestinales con el ibuprofeno) pues desaparecen al dejar de tomarlo; las segundas son graves, menos frecuentes, impredecibles y dependen del sistema inmunitario de la persona.
La mejor forma de prevenir y evitar este problema es no automedicarse, seguir escrupulosamente las pautas marcadas y observar los signos propios producidos tras la ingesta, comunicándolos al especialista (médico o farmacéutico) que nos indicarán los pasos a seguir. Leer el prospecto que acompaña a los medicamentos donde se incluyen las observaciones realizadas por el laboratorio referidas a la epidemiología bajo el epígrafe: “efectos adversos”, puede ayudarnos.
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